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Un barco

muy aventurero

gipsy 1927 barco

Auténtica aventura

desde 1927

Para empezar, compartía maderas con el mismísimo buque escuela español que se había construido en ese mismo astillero aquel mismo año: el Juan Sebastián de Elcano acababa de botarse, con el número 15 de construcción y ya sus madera restantes empezaban a formar las cuadernas y el forro del número 16, el futuro Marichu. Este nuevo yate se estaba construyendo para el propietario del astillero, Don Horacio Echevarrieta.

Don Horacio era un gran empresario. Vasco de nacimiento, había heredado una situación económica aventajada, con la que pudo lanzarse a diferentes proyectos industriales por toda España: desde estar entre los fundadores de Iberia, la compañía aérea, a poseer una compañía eléctrica, minas de hierro, empresas madereras, numerosas promociones urbanísticas y el astillero de Cádiz. Ahí se construyó, como hemos dicho, el Juan Sebastián de Elcano y Don Horacio precisamente tiene el honor de haberle sugerido este nombre a Don Miguel Primo de Rivera, entonces Jefe del Gobierno, puesto que la Armada pensaba llamarlo Minerva y de Minerva sigue llevando el mascarón en la proa nuestro precioso buque escuela.

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¿Quién diseñó

el Marichu?

Al parecer, los planos del barco se perdieron en el terrible incendio que siguió a la famosa explosión de Cádiz de 1947. En Echavarrieta y Larrinaga trabajaba como Director Técnico el Ingeniero Juan Antonio Aldecoa y Arias (que perdió una hija en la terrible explosión), que presidió la realización del proyecto de Camper & Nicholson del Juan Sebastián de Elcano. Pudiera ser él quien diseñara el sucesivo yate, en un momento de baja de las construcciones por la crísis económica. Según Don Miguel Sans-Mora, que fue Comodoro del Real Club Náutico de Barcelona, armador de la famosa goleta Altair y estuvo involucrado en la historia del Gipsy, como pronto veremos, el barco fue diseñado por Colin Archer, aunque esta opción despierta nuestras dudas (ver recuadro). Otra posibilidad sería la de la fuerte conexión de Don Horacio Echevarrieta con ambientes industriales navales alemanes, a partir de los cuales pudiera recibir los diseños de su futuro yate.

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Destacado de la época en el

panorama naútico deportivo

Fuera quien fuera el autor, la construcción del Marichu se alargó entre el 1927 y el 1928 y sabemos que costó unas 80.000 ptas de la época. En junio de 1928, cuando estuvo listo para la botadura, el rutilante yate fue embarcado a bordo del “Cabo Roche”, entonces modernísimo, de la Compañía Ibarra. Su destino: Bilbao, para poder protagonizar las navegaciones de verano de su propietario. Don Horacio Echevarrieta acababa de concluir la adquisición de otro barco mucho más aparatoso, el mayor barco de vela de la flota española: la goleta María del Carmen Ana. Nada más y nada menos que el antiguo Meteor IV del Kaiser, diseñado por Max Oertz y construido en 1909, un velero de casi 50 metros. Con ese barco, Don Horacio ganaría la primera regata entre Plymouth y Santader en 1929.

María del Carmen, Marichu, un nombre que se repite en los barcos de Don Horacio y que es un homenaje a una de sus hijas que había fallecido muy joven, en 1926. El Marichu tenía algunas características muy avanzadas que lo hacían destacar bastante en el panorama náutico deportivo de la época: disponía de un motor auxiliar, inusual entonces en barcos pequeños, de unos interiores habitables y tenía un aparato de radiocomunicación con la costa. Estos lujos y su reciente y robusta construcción iban a marcar su historia en los años siguientes de manera casi indeleble.


En febrero de 1934, Don Horacio Echevarrieta, abrumado por las enormes deudas que la crísis y la construcción de un avanzadísimo submarino, el E-1, le habían provocado, vendió el Marichu a dos socios bien avenidos: uno era noruego, el Sr. Olle Loevick y el otro español, Don Enrique Hortet. Estos llevaron al Marichu a Barcelona y lo renombraron “Gipsy”, vagabundo en inglés. Eran años difíciles en los que se barruntaba que las cosas podían acabar mal.

De barco deportivo a

buque de guerra

Cuando estalló la guerra civil, el General Mola creó un organismo de información y espionaje que se llamó S.I.F.N.E. (Servicio de Información del Nordeste de España) y que estuvo integrado principalmente por catalanes. De ellos, los más famosos fueron probablemente Don José Bertrán y Musitu, el jefe operativo, Francisco Cambó, el político que también fue un gran navegante y José Pla, el famoso poeta y escritor. También Enrique Hortet y Olle Loevick colaboraron activamente con el S.I.F.N.E. Y a partir de 1937, pusieron a disposición su barco. ¡El Gipsy iba a la guerra!

El objetivo era desorganizar el tráfico naval de mercancías entre los puertos del sur de Francia y los puertos españoles de la zona republicana, enviando los buques de guerra nacionales basados en Palma de Mallorca a interceptar y hundir los barcos mercantes. Para ello los espías, basados en tierra hasta ese momento, podían sólo vigilar el tráfico de buques en entrada y salida de los puertos franceses, en particular desde Marsella. El sistema resultaba bastante engorroso, al tener que pasar la información por varias instancias que retrasaban la intervención de la flota. Era preciso encontrar una manera más ágil de controlar los barcos mercantes. Quizás, un barco espía, convenientemente disfrazado de inocente yate inglés podía cumplir ese papel.

De barco deportivo a

buque de guerra

Para empezar, Loevik y Hortet fingieron una venta a un ciudadano inglés, para abanderar el barco en ese país. A partir de ese momento, gracias al motor auxiliar y a su aparato de radiocomunicación, el Gipsy podía informar sobre los movimientos de mercantes desde altamar. Partiendo de puertos neutrales franceses o italianos y navegando desde Marsella al Cabo La Nao, conseguía informaciones de primera mano y las enviaba directamente a Palma de Mallorca, desde donde la flota podía realizar intervenciones más rápidas y eficaces.

El Gipsy navegaba al mando de expertos velistas como sus dos propietarios, Don Pedro Rivière y Manén, jefe de la oficina S.I.F.N.E. de Marsella, Don Manuel Arquer y el ya mencionado Don Miguel Sans Mora, todos socios del Real Club Náutico de Barcelona. Hubo momentos de gran tensión y en dos ocasiones el Gipsy fue ametrallado desde otros barcos. Sus palos llevan aún trazas de los balazos, mientras que el casco se restauró en 1969, quitando la metralla que se le había incrustado. Parece que también José Pla navegó en algunas de estas singladuras a bordo del Gipsy, dejando testigo de ellas en sus memorias. Su compañera de entonces, Adi Enberg era también noruega, como Loevik.

Al final de la guerra, el Gipsy volvió a izar pabellón español y a ocupar su amarre del Real Club Náutico de Barcelona.

La familia Hortet lo usó durante varios años para sus vacaciones, luego lo vendió a Josep María de Sagarra y Montolíu, perteneciente una conocida familia de la nobleza catalana. En 1951, Sagarra lo vende a su vez, por 500.000 ptas, a José Luis Rubio (conocido como “Camisón”) y a Estanislao Sevil quienes llevan el Gipsy a Tarragona.

En Tarragona, uno de los tripulantes del Gipsy en sus salidas de fin de semana fue el entonces alférez de Marina Marcial Sánchez Barcáiztegui que entonces mandaba la patrullera R-10 con base en el puerto. Don Marcial fue un gran regatista, patrocinador de la clase Snipe en España y Presidente de la Comisión Naval de Regatas de la Armada.

Durante veinte años, el Gipsy salió de crucero con la familia Rubio y Vilar Rubio, a partir de los Años Setenta.

Su vejez, aparentemente tranquila, se vio rejuvenecida inesperadamente con el áuge de las regatas de barcos clásicos. Desde el primer Trofeo Almirante Conde de Barcelona, el Gipsy y sus armadores han protagonizado momentos inolvidables y recolectado muchos premios y reconocimientos. El Gipsy ganó el primer premio de su categoría, en la primera edición del Trofeo Puig, corrida con mucho viento y las escandalosas al aire. Ganó el primer premio siempre de su clase en el Trofeo Mare Nostrum de 2017 y llegó segundo en una Copa del Rey en Mallorca.

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Como ya dijimos, el Gipsy recibió un primer refresco en los Astilleros de Tarragona, en 1969, donde le quitaron muchas de las “heridas de guerra” recibidas en el casco. En 1994 la familia propietaria lo puso a disposición de una escuela taller de formación profesional para calafates, acción meritoria que habría que popularizar más, para trasmitir esos saberes que se pueden perder sin una formación continuada. Entre 2002 y 2006 el Gipsy pasó sus inviernos en Cartagena, en el Astillero Navaltinoc, donde fue desmontado casi pieza por pieza y vuelto a construir con los mismos materiales, respetando su originalidad. Ello le ha otorgado una nueva juventud, que se ve florecer en las contínuas y exitosas participaciones a las regatas del circuito del Mediterráneo y en las largas singladuras que le han llevado a recorrer la costa mediterránea española, de norte a sur.

El Gipsy cumplió sus noventa años, como el Juan Sebastián de Elcano, en 2017 y sus armadores le ofrecieron una fiesta memorable, en la que lucía en el medio de un precioso jardín en un envase con sus pinturas y sus barnices rutilantes. Noventa años en los que, como su hermano mayor, nunca ha dejado de navegar, nunca ha conocido crísis, ni decadencia. Sus armadores conocieron recientemente una destilería que trabaja desde 1850 en el Puerto de Santa María y que suministraba sus licores al Astillero Echevarrieta y Larrinaga en las ocasiones de eventos y botaduras. Por ello, han decidido producir una ginebra con el nombre y la marca del Gipsy.

¡No hay mejor manera para prepararse

a brindar a los futuros 100 años del barco!

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